Cuento de terror en el que un médico descubre un cadáver que tiene su rostro en el sótano de un hospital en Buenos Aires. De la Vega prueba suerte con el bajo presupuesto y las cámaras de video digital. Se lo nota ansioso por demostrar su talento en el terror de resonancias lovecraftianas. Nuevamente recurre al rodaje en inglés, pero ahora con actores argentinos. Si la historia explora el tema fantástico del doppelganger y toma un giro gore hacia los excesos de Clive Barker o Takashi Miike, no hay que ilusionarse con los resultados finales. El montaje y el ritmo narrativo nunca encuentran el timing adecuado. En este tipo de historias siempre es mejor construir la espesa atmósfera de horror lentamente, véase The Resurrected (1991). Pero la fotografía en video digital, la iluminación precaria, los efectismos visuales impostados y las desmedidas pretensiones de los efectos de maquillaje nuevamente nos dejan con sabor a nada. Cada vez que se incluye un zoom, que se hace un travelling o que se resalta un color en el fondo, queda claro que la textura de la imagen digital todavía no puede igualar al fílmico. Ese es el problema de admirar un tipo de cine que no se puede practicar en las actuales condiciones del mercado. Estas deficiencias convierten a la película apenas en una curiosidad.