Drama en el que un agrimensor llega a un pueblo por un trabajo, pero nadie lo estaba esperando en un país de Europa a principios del siglo XX. Haneke adapta a Kafka con narrador en off, planos estáticos y fotografía inhóspita. Tal vez el origen televisivo del proyecto explique las limitaciones de la propuesta. Si bien las actuaciones resultan impecables (desde su aparente inexpresividad), la sensación de pesadilla está presente en todo el film (el protagonista duerme en los lugares más insólitos) y por momentos se cuela el humor absurdo (la pareja de ayudantes), el film está lejos de ser logrado. Como ya comprobaron Orson Welles en Le procès (1962) y Soderbergh en Kafka (1991), Kafka es uno de los escritores más difíciles de llevar al cine (pese a que lo kafkiano sea fácilmente reconocible). Porque la amenaza nunca es mencionada o visualizada (el castillo no aparece), la historia de amor es una de las más pálidas y desangeladas que pueda imaginarse y el padecimiento en la imagen se vuelve demasiado real. Igualmente el film logra transmitir algo del universo de Kafka: cada personaje vive en un mundo ajeno al protagonista, la burocracia como problema de fondo. Algunas soluciones visuales como el plano de la puerta que abre el film cuando aparece el protagonista en primer plano, la imagen del pasillo que se oscurece en la charla final con la novia y el plano y contraplano con secretario en la cama son las pocas intervenciones inspiradas de Haneke. Luego de la trilogía de Austria y la violencia, Haneke busca otros caminos. Va a tener que esperar a Francia.