Mezcla de thriller, cuento de ciencia ficción y especie de adaptación de un comic jamás escrito en la que un científico con la cara quemada por un experimento fallido busca venganza contra quienes quisieron matarlo en una gran ciudad de los Estados Unidos. Sam Raimi se adelanta diez años al modelo visual y narrativo que Marvel empezó a explotar con X-Men (2000) y consolidó él mismo con Spider-Man (2002). La trama del film puede trasladarse a cualquiera de los superhéroes de la factoría Marvel sin dificultades. Esta película le sirvió a Raimi para entrar en la gran industria, todavía con un presupuesto todavía acotado, pero con un rabioso espíritu B y dándose el lujo de conservar todo su arsenal habitual de recursos visuales y de crear el superhéroe más freak o el freak más heroico del cine (bueno, por lo menos hasta que apareció Hellboy en 2004). Si bien la película dista de ser perfecta, algunos diálogos son demasiado trillados y los ataques de locura de Liam Neeson resultan ridículos, es para rescatar la habilidad con que Raimi incluye el sentido del humor y la reflexión sobre la tecnología digital (a partir del tipo de experimento que realiza el protagonista).