Cuento de terror en el que una mujer después de un accidente se vuelve adicta a cortarse la piel en Paris. El film es una apuesta difícil: demasiado fría y cerebral para los aficionados al género de terror, demasiado extrema y perturbadora para el espectador normal. Pero es el doble trabajo de Marina de Van como actriz y directora lo que eleva al producto del mero experimento en los márgenes del género. Se expone en todo sentido de la palabra (emocional y corporalmente), toma decisiones arriesgadas que no huyen a la dinámica del cine de terror (alucinaciones, cierta concepción vampírica) y transforma al film en una oda poética y erótica al cuerpo en la que el dolor, el placer, el corte o la caricia son casi lo mismo. Pueden buscarse referencias fáciles (Cronenberg, el primer Polanski) o explicaciones de su comportamiento en la rutina del trabajo o la relación con su novio, pero eso no quita que sea un trabajo extremadamente personal en el que el horror se reconoce a sí mismo en el espejo. La secuencia créditos con las imágenes de la ciudad en split screen y los planos de edificios y arquitecturas divididos o separados ya instauran la noción de corte. La escena en el restaurant con los compañeros de trabajo testea la capacidad de resistencia del espectador. Y los momentos en que la protagonista trata de verbalizar su padecimiento se vuelven horrorosos por la incapacidad de comunicarlo. Dans ma peau es una ópera prima rompedora, tal vez no para todos los paladares, pero que instala esperanzas para la futura obra de De Van.