Policial en el que un aspirante a escritor toma un trabajo como croupier y le proponen participar de un robo en Inglaterra. Mike Hodges retorna el género policial como lo dejó en Get Carter (1971) y Pulp (1972) para confirmar la sospecha de que nunca lo debería haber abandonado. Más allá de la modestia de la propuesta, las limitaciones de presupuesto y algunas vueltas del guión poco exploradas, la película sorprende por su concisión y minimalismo. Por empezar, tiene uno de los mejores usos de la voz en off vistos en el cine en mucho tiempo: el protagonista habla de sí en tercera persona comentando la novela autobiográfica que está escribiendo. El retrato de personaje que hace se sostiene por sí mismo en la inminente caída en el crimen. Y la actuación un poco distante de Clive Owen es ideal para este tipo de relatos. Si a eso sumamos un trío de personajes femeninos fuertes (la novia policía que lo ama, la compañera de trabajo ex prostituta y la apostadora que le pide ayuda) el panorama es inmejorable. La única muerte está presentada con una frialdad escalofriante. Dentro del panorama de los escasos auténticos especialistas del género policial, Hodges al menos sabe que a veces menos es más.