Cuento de terror en el que una aspirante a escritora de Buffalo se casa con un aristócrata inglés y va a vivir a su mansión habitada por fantasmas en Cumbria, Inglaterra a principios del siglo XX. Del Toro trata de incluir la impronta de sus films más personales en un producto de Hollywood. Pero siempre ha tenido dificultades con las historias de amor en sus películas y esta no es la excepción. Tal vez sus nuevas funciones como empresario del género del terror produciendo mediocres films repletos de efectos digitales pero de seguro resultado en la taquilla como Mama (2013) hayan alterado su sensibilidad. Los fantasmas digitales son inmediatamente descalificadores. El impresionante diseño de la casa (hecha en estudio) logra cautivar, pero no resulta aterrador, recordar sino The Haunting (1999). Más allá de que, como la historia misma aclara, su principal intención no sea asustar, el film no puede ocultar el desperdicio (de talento, de personal, de presupuesto) para lo que quiere contar. La cámara gimnástica que no para de moverse y esos copos de nieve que caen decorativamente por las luces de la fotografía remiten al cine técnicamente perfecto, pero vacío de Steven Spielberg. La fotografía colorida ocasionalmente recuerda a los bellos trabajos de Mario Bava. Pero los 55 millones de presupuesto de este film son, por lejos, mucho más de lo que Bava necesitó para realizar todas sus 23 películas (aun considerando la inflación). Y es que vuelve a repetirse el problema de los films de terror americanos de Del Toro. Pese a que en este caso se trate de un proyecto más personal y ambicioso, siempre se ve obligado a cumplir con los imperativos de Hollywood y el resultado no es tan poético como sus films rodados en español. Si todo lo que queda para la resolución es un juego de gato y ratón a cuchillazos, es porque todo lo anterior no tiene mucho sustento.