Comedia negra en la que un ambicioso vendedor de una tienda de ropa mata a un competidor y una empleada testigo lo chantajea para casarse en Madrid. De la Iglesia combina la fórmula de dos de sus películas, la variación de tonos y de ritmos de Perdita Durango (1997) y el odio entre la pareja protagonista de Muertos de risa (1999) para sumarle su habitual seguridad en la planificación y en el uso de la banda sonora, algunos apuntes sobre la sociedad de consumo y de las apariencias, guiños cinéfilos poco pretensiosos y unas excelentes actuaciones de todo el reparto. De esta forma redondea una comedia ágil, ácida y por momentos imprevisible. Lo que no es poco. Claro que al final la pirotecnia innecesaria y los excesos de la resolución empañan un poco al producto. Por un lado es saludable que lo popular y lo nihilista se combinen sin problemas para construir el humor. Pero por otro da la impresión que De la Iglesia ya ha jugado todas sus cartas y su cine se empieza a encerrar en sí mismo. La crónica del español bruto, machista y perdedor tiene una larga data y mejores exponentes. Aun así el film es una como comedia desmadrada con situaciones llevadas al límite que se roba más de una sonrisa.