Melodrama fantástico en el que una mujer va a una casa y se encuentra con fantasmas que salen del espejo. Adaptación de un cuento de Silvina Ocampo. Si en un principio cuesta acostumbrarse al tono excesivamente literario de la película que nos hacen recordar al peor cine argentino: los diálogos declamativos, las actuaciones afectadas, el retrato de los personajes. Una vez que Rosenfeld encuentra el débil equilibrio entre el distanciamiento y las potencias de lo falso el film empieza a despuntar y convertirse en una auténtica rareza. El estatismo de la puesta en escena, la música incidental y el poco provecho que saca de la casa y la acción sobrenatural no le juegan a favor. Pero es una decisión consciente que comienza a pagar dividendos cuando el tono de la voz puede expresar aquello que las imágenes niegan, cuando la actriz Eugenia Capizzano puede dar muestras de la complejidad emocional de su personaje, deja de ser un simple receptáculo de los diálogos intactos de Ocampo y la intimidad de una historia de amor aflora entre los personajes, cuando las fotos en blanco y negro le dan una textura fantástica a los recuerdos del verano en que se enamoró y defraudó como nunca en la vida.