Cuento de ciencia ficción en el que agente americano se enamora de una chica acusada de falsificar papeles en una compañía en Shanghai en un futuro cercano. El film es tan fascinante como cautivante. Puede ser visto desde múltiples perspectivas, como ejercicio de estilo visual y sonoro, como desoladora mirada a un futuro que ya es presente, desde el costado político (los excesos de poder y control) y como una agridulce historia de amor imposible. Más allá de cierta hibridez que no le permite profundizar ninguna temática, de la frialdad (tal vez como resultado de la sociedad que retrata) y del desconcierto (por un guión no muy afecto a dar explicaciones), el gran mérito de la película es utilizar las futuristas ciudades asiáticas, con sus edificios imponentes, oficinas del siglo XXI y aeropuertos ultramodernos, en el marco de una historia que puede catalogarse de ciencia ficción realista. Winterbottom puede establecer un clima agobiante, asfixiante y claustrofóbico sin recurrir a la violencia o identificar la amenaza. En la primera media hora, las poderosas imágenes, la cámara al hombro, el montaje fragmentado y las alteraciones temporales absorben al espectador. La música introspectiva y etérea de Stephen Hilton y David Holmes es una mezcla de Badalamenti, Zimmer y Cliff Martinez. La actuación de Samantha Morton se sostiene en su rostro siempre enigmático. Winterbottom sigue visitando géneros, estilos, tonos, épocas y continentes en una constante búsqueda de algo que siempre se escapa, afortunadamente.