Drama en el que una prostituta quiere abandonar su oficio y conoce a un taxista en New York. A través de una puesta en escena tan matemática como fría, una luminosidad que lo único que transmite es inquietud, las pocas explicaciones y diálogos que da el guión y una música que expresa el estado mental de la protagonista, Lodge Kerridan hace otro incómodo y riguroso estudio de personaje. Al igual que Godard en Vivre sa vie (1962) no logra develar el misterio, pero coincide en que no hay redención posible en las sociedades modernas.