Comedia dramática en la que Giacomo Casanova es perseguido por un inquisidor en Venecia en 1753. ¿En qué se convierte el famoso libertino del siglo XVIII en manos de la compañía Disney? En un falsificador del fraude. Abandonado por su madre en la niñez, solo busca el amor estable. Planteadas así las cosas, toda decisión narrativa o estética es un ejercicio de banalidad: el humor picaresco, la confusión de identidades, la parábola feminista, el sexo oral bajo la mesa, los colores de la fotografía. La reconstrucción digitalizada de Venecia no merece la más mínima atención. Hollywood sigue confundiendo ligereza con estupidez y amor con retribución en sus intentos de hacer películas ágiles y divertidas. El patetismo de Jeremy Irons y la inexpresividad de Sienna tampoco ayudan al pobre Hallström a disimular el despropósito. A estas alturas no se puede esperar una revisión como la que en su momento hizo Fellini, pero tampoco semejante despliegue de mediocridad y conformismo.