Melodrama en el que una empleada de un almacén de venta de muñecas se enamora de una mujer casada en New York a principios de la década de 1950. Luego de su experimento fallido y la mala recepción de I’m Not There (2007) , que lo obligaron a aceptar un par de trabajos televisivos, Todd Haynes vuelve con una apuesta segura. Gracias a una adaptación de una novela de Patricia Highsmith de 1952 (escrita bajo seudónimo y tal vez la única de sus novelas que no se encasilla en el género policial), Haynes vuelve a mostrar sus cualidades y su versatilidad como cineasta. A diferencia de Far from Heaven (2002) que se inscribía en la tradición del melodrama irónico de la década de 1950, en este caso (pese a conservar a su director de fotografía Ed Lachman) opta por una paleta de colores más oscura y una textura de imagen más realista. Como resultado tenemos un film bellísimo que no hace alardes de su belleza. Dos escenas clave para graficar la inteligencia de la puesta en escena de Haynes: la primera cita de la pareja en bar con unas mesas de respaldo alto del que sólo surgen sus cabezas, nunca vemos sus manos, lo que toman o comen (como dos seres que por fin pueden tomar aire en un mar de incomprensión y prejuicio), y la resolución, ese final bellísimo, con el juego de acercamiento y de miradas que se van intercambiando las protagonistas. Muchos directores planifican este tipo de resolución desde una perspectiva típicamente romántica y trágica (Jean Becker, Truffaut, James Gray), como una escena de perdición en el que la mujer se agigantaba y el hombre queda hechizado, reducido o, sencillamente, rendido. Aquí la mirada de Carol (Cate Blanchet) pone un freno provisorio al avance de Therese (Rooney Mara), pero la cámara sigue avanzando como su maravillosa historia de amor.