Comedia romántica en la que un paleontólogo a punto de casarse que busca donantes para su museo conoce a una mujer a la que le acaban de regalar un leopardo manso en Connecticut. Tal vez la cumbre de la screwball comedy, la película es un placer de principio a fin: tanto Cary Grant como Katherine Hepburn tienen papeles a su medida, el leopardo se pasea por el encuadre sin problemas, las referencias sexuales a la homosexualidad y el gag del vestido roto están a adelantadas a su época y la genial escena de pelea entre el perro y el leopardo le da sentido a todo el film.
Howard Hawks vuelve a la comedia lunática, ahora con el concepto más definido y la dinámica de la pareja más aceitada. Lo que se trata es de humillar al macho y vaya que funciona. No pasan quince minutos de la película que ya Katherine Hepburn le quita la pelota durante un partido de golf, le choca el auto y le raja el smoking en una fiesta a Cary Grant. La estructura básica de la trama es el “secuestro” de Cary Grant y no hay duda que su personaje está visto como un objeto sexual. Tal vez es cierto que la efectividad de los gags decae en la segunda mitad del film, pero esto se debe a que el constante movimiento del principio (museo, campo de golf, fiesta, departamento de ella, casa del abogado, salida al pueblo, casa de la tía) repentinamente se detiene. Aun así hay suficiente inventiva en los diálogos, personajes extravagantes, detalles en los gestos de los actores e inventiva en las situaciones como para que el film no decaiga en ningún momento. En el recuerdo queda el gesto del perro sentado en la silla en el fondo del plano cuando escucha la imitación del rugido de un león. Si Hawks es capaz de encontrar semejante hallazgo y no arruinarlo con un cambio de plano se merece todo reconocimiento como director.