Policial en el que un abogado defiende al único acusado del asesinato de un sacerdote en un pequeño pueblo de Connecticut. El realismo en el cine es un concepto tramposo. A partir de la influencia de la televisión ha derivado en el abuso de la cámara nerviosa y la fotografía sucia. Con este film tenemos un ejemplo anterior. Las escenas de juicio son funcionales, pero nada más. La película intenta ser una denuncia a los manejos turbios de la política.