Cuento de terror en el que un pintor poseído por el espíritu de un vampiro mata a sus modelos en Venice, Los Angeles. Más allá de que el injerto de imágenes de archivo (de films rodados en Yugoslavia por el equipo de Roger Corman) y de dos directores trabajando por separado dan como resultado una historia incoherente e irracional, hay lugar para bellas soluciones visuales: el baile en la playa con la pantalla dividida, el travelling que se aleja del protagonista mientras la mujer se burla y el clímax con los cadáveres de cera que reviven.