Drama criminal en el que unos amigos se juntan a ver películas y la violencia entra en sus vidas en Copenhague. Refn intenta conciliar el drama cotidiano con el género de terror, el cine de arte con el cine de culto. Por momentos lo consigue. Más allá de las múltiples referencias cinéfilas a Scorsese, Morrisey o Lustig que podrían emparentarlo con otro Tarantino de pacotilla, su trabajo con la puesta en escena es sorprendente. El uso del lente esférico, los grandes angulares y la altura de la cámara transmite en igual medida realismo y extrañamiento. Y hacen que la irrupción de la violencia o su mera posibilidad sea mucho más impactante a lo que estamos acostumbrados a ver normalmente. Sin embargo en el último tercio, con el intento de superar los límites de la provocación (la violencia doméstica, la inyección de HIV, la venganza, la tragedia), el film pierde la ambigüedad entre uno y otro extremo. La cita a Armaggedon (1998) en la resolución es una declaración de principios. Tal vez nunca sean compatibles esas formas de entender al cine. Refn se confirma como un agudo observador de los géneros y la violencia. Su mirada todavía no es compatible con Hollywood.