Drama en el que una familia sobreviviente a la bomba atómica debe lidiar con sus secuelas en Hiroshima en 1950. La calma con que Imamura filma las escenas cotidianas y la catástrofe nuclear resulta admirable. No hay muchas películas que hayan afrontado la misión de mostrar la explosión nuclear desde adentro. Los cadáveres y los heridos parecen monstruos sacados de películas de terror (como no hubo ni habrá registro visual de una bomba nuclear desde adentro debemos creer). Pero Imamura es inteligente. No se tienta de incluir planos generales de la explosión o los destrozos. La trama de la película sigue el conflicto básico de las películas de Ozu (aunque en este caso no es la hija la que está por abandonar la casa sino la sobrina). La degradación de una familia es inevitable por la contaminación que desprenden las imágenes del principio. La fotografía en blanco y negro se mantiene firme hasta al final.