Comedia dramática fantástica en la que un titiritero encuentra una pequeña puerta en el piso siete y medio de un edificio de New York que es un portal hacia el cerebro del actor John Malkovich. La película crea un universo propio sobre la base del excelente uso del espacio fílmico. Presenta las situaciones con un humor imprevisible, un dramatismo intermitente y una directa aceptación de lo fantástico. De manera tal que el ritmo no decae nunca. El corpus temático del film es atractivo: la búsqueda del éxito profesional, la frustración sexual y un matrimonio en crisis. Está expuesto con concisión en las escena antes del descubrimiento del portal. Después el film se queda sin ideas y recurre al paso del tiempo, al libre albedrío y a los privilegios del poder. Cae en un discurso complaciente que trata de sostenerse en imágenes de compasión. Pero no explora con malicia el hecho de que las personas comunes disfrutan ser famosas sólo por el hecho de ser famosas. El portal es un oscuro y viscoso conducto que sólo permite un viaje de 15 minutos. Los personajes vuelven manchados y caen en una autopista de New Jersey. Los momentos más delirantes son el ménage à trois telepático, la secuencia de John Malkovich en su propio cerebro y el paseo por el inconsciente. Pese a las fallas mencionadas la resolución confirma personalidad la del producto: el perdedor pierde, las lesbianas se quedan con el niño y los villanos terminan siendo unos inofensivos abuelos. El tiempo dirá si la película será recordada por la originalidad de su planteo o por la indecisión de su abordaje. Lo que no se puede negar es el mérito de Spike Jonze, director proveniente de los videos musicales y el campo publicitario, que no abusa de recursos visuales de los estetas de la imagen prefabricada y pone en imágenes semejante locura con una sencillez y una simpleza admirables.