Thriller militar en el que un agente de la DEA investiga en una base de Florida la muerte de un sargento ranger durante un entrenamiento con soldados en la selva de Panamá. John McTiernan es un director ideal para mantener la tensión y para adoptar distintos puntos de vista de un suceso, pero en este caso debe luchar contra un guión que da giros algo delirantes y que se reserva la exposición brutal de la información en la confesiones de los interrogatorios. Pero qué mejor forma, a este tipo de relatos que tienen más cincuenta años en el cine, Rashomon (1950), con una resolución en la misma línea de The Usual Suspects (1995) o The Game (1997), que darles un poco de irreverencia. La película no es más que una declaración de principios sobre la esencia del cine como juego y artificio. No importa tanto el qué, sino más bien el cómo. Igualmente el retrato que hace de la institución militar (racismo, xenofobia, vínculos con el narcotráfico, arribismo) está lejos de ser complaciente. En el aspecto interpretativo, John Travolta no está tan insoportable como en sus últimos trabajos, especialmente Swordfish (2001). Connie Nielsen vuelve a mostrarse cómoda rodeada de hombres en el reparto. Samuel L. Jackson resigna protagonista y extrañamente no comparte ninguna escena con Travolta. La película es una demostración más (por si hacía falta) de que McTiernan da la misma importancia a una secuencia de disparos o de explosiones, a una confesión de un asesino o a un diálogo al pasar. La atención a los detalles en la escena que presenta al personaje maltratado (sin decir que es negro) o cuando Nielsen se toma una cerveza al final resulta notable. John McTiernan sigue filmando con el oficio, la corrección, la casi brillantez de siempre. Que la taquilla le esté dando la espalda groseramente tal vez hable de una metamorfosis del público.