Cuento de terror en el que un grupo de jóvenes acuden a Mardi Gras, tienen un accidente en una carretera de Louisiana y son llevados en a un hospital clandestino en el que quedan atrapados. Luego de servir durante una casi una década como guionista de películas de terror de clase B (junto a su esposa Jace Alexander) para directores que van desde Tobe Hooper y Dario Argento hasta Tibor Takács y Bob Misiorowski, Adam Gierasch debuta como director con un film de premisa sencilla, minúsculo presupuesto y cierta predisposición al gore. El film trata de despegarse de la estética torture porn del splatter pack a partir de cierta lejana concepción romántica en el motivo por el cual el doctor lleva a cabo los experimentos en el hospital, de una moderación de las explosiones de sangre (pese a estar en un escenario poco propicio para ello) y de una artesanal iluminación de colores primarios en los pasillos del hospital, cortesía del veterano operador británico de Don’t Look Now (1973) y Candyman (1992), Charles B. Richmond. El tono visual pesadillesco recuerda a Mario Bava, pero a Gierasch todavía le falta afilar un poco los planos detalle y darles un toque más orgánico para acercarse al terror en estado puro. Y evitar los descalificadores fogonazos blancos para montar los planos. También es cierto que el hospital parece más un galpón de un estudio de cine de clase B de Los Angeles. Pero por algo se empieza. Tampoco cuenta con la ayuda de una actriz (Jessica Lowndes) con un poco más de rango expresivo que el de muñeca televisiva. Destacar eso sí la presencia de veteranos como Robert Patrick, la enfermera diabólica Jennette Goldstein y el tatuado Robert LaSardo. El film, pese a tener una premisa y un desarrollo prototípicos, se niega a entrar en la dinámica del slasher al evitar las cámaras subjetivas. La película se consume rápido, en todo sentido.