Policial en el que un pintor casado con una enfermera es el principal sospechoso del asesinato de un niño en un pueblo de Bretaña. Claude Chabrol utiliza la historia policial como mero pretexto para hacer un retrato de una pequeña comunidad, para narrar una historia de amor profunda y adulta y establecer vínculos profesiones y afectivos entre los personajes. El juego de apariencias es lo que se impone. En principio la apurada prolijidad de la puesta en escena, cierto sentido del humor distante y la ausencia de violencia explícita harían pensar que la película es un trabajo menor. Pero una vez que los personajes (un pintor desilusionado, una enfermera que quiere sentirse amada), la historia (ella posa desnuda para él, invitan a cenar un escritor con el que ella tuvo un affaire) y las actuaciones (Jacques Gamblin con una ambigüedad cercana a la locura, Sandrine Bonnaire con una mezcla de fragilidad y determinación) se perfilan, nos damos cuenta que el cuadro cobra su sentido (el círculo vicioso de celos, envidias y secretos callados) y estamos en presencia de uno de los films de Chabrol más diabólicamente oscuros y perversos (y uno de los mejores de estos últimos años, aunque en una obra tan extensa cuesta ponerlo en perspectiva).