Comedia romántica en la que la hija de un duque desterrado conoce a un lord en los bosques de Japón en el siglo XIX. Luego de dos fracasos consecutivos Kenneth Branagh tuvo que esperar seis años para adaptar otra obra de Shakespeare. Afortunadamente lo hace en tono distendido. Toma la decisión más sabia de su carrera: dejar de actuar en sus películas. El papel que hubiera hecho lo toma Kevin Kline y la diferencia se nota. Tal vez estemos en presencia de su mejor película como director, ya sea por los primeros planos de Bryce Dallas Howard, el juego de representación dentro de la obra o un par de impecables planos secuencia. O porque el cambio de escenario no afecta los enredos del material de origen, el humor no está tan subrayado o porque por primera vez explora la profundidad de campo con inteligencia. Es una extraña paradoja que cuando Kenneth Branagh empieza a entender algo de cine a nadie le interesa.