Secuela de Witchouse (1999) en la que unos estudiantes van investigan el hallazgo de unos cadáveres que podrían ser de brujas en un pueblo de Massachusetts. Bookwalter incursiona por primera vez en lo que podría llamarse cine profesional: rodaje en 35 mm, actores con trayectoria, locaciones en Rumania. Pero Full Moon tampoco es el mejor lugar para ser tomado en serio. Se nota que Bookwalter es un director con talento visual (el film tiene una fotografía densa y cargada), ideas (la oportuna inclusión de canciones en la banda sonora) e inquietudes (el uso de las cámaras de video como duplicador de la realidad), pero no las puede plasmar en un producto que no es más que una secuela de un film nefasto pensada para el mercado de video. En consecuencia, choca contra la realidad de unos actores a los que pide demasiado (naturalidad, gracia, empatía), de un guión balbuceante, incompleto, ridículo y de unos efectos visuales que delatan los orígenes del producto. El injerto de cámaras de video en primera persona, de entrevistas de corte pseudo documental y de la escena de la entrada a la casa oscura, provenientes del reciente éxito de The Blair Witch Project (1999), resulta forzado, oportunista y gratuito. Si bien Ariauna Albright es una actriz merecedora de ser objeto de culto, Andrew Prine está bastante bien en su papel y el final guarda un giro sorpresivo, la película nunca encuentra el tono adecuado entre el humor y el terror. Todo se resuelve como un tonto juego de posesión a través de unos ojos de color ridículos. Es una lástima que uno de los directores más visionarios del cine de terror underground no pueda dar el salto al mainstream.