Documental en el que un fotógrafo de New York investiga una pintura de una de sus fotos que le mandó una niña de un pequeño pueblo de Michigan y descubre una sucesión de mentiras y falsos perfiles en Internet. Sin entrar a analizar la honestidad del planteo inicial o veracidad de la reconstrucción de los hechos, la propuesta se cae por peso propio. Si en un principio el material tenía sus posibilidades (cierta estructura de cuento de misterio, el retrato de las redes sociales y los afectos virtuales, algunos momentos incómodos por el choque con la realidad, la posibilidad de una mirada compasiva) es evidente que los realizadores no saben qué hacer con ellas. Porque en este caso el otro siempre es un extraño y el experimento no supone ningún riesgo para quien lo realiza. De la analogía con el bagre del título, mejor ni hablar. El film es partícipe de lo que supuestamente quiere criticar. Uno no deja de pensar en Abbas Kiarostami o Werner Herzog que, con casos similares mucho antes de Internet, lograban darle una perspectiva humanista al conflicto. A fin de cuentas, queda la sensación de que en este caso los verdaderos farsantes que desconocen la realidad y carecen de imaginación e ilusiones son los propios realizadores. El producto es sintomático de una época que ha adoptado el modelo de la apariencia y ya no sabe cómo sorprenderse.