Tercera parte de Saw (2004) en la que psicópata, al borde la muerte, secuestra a una doctora para que lo cure mientras sigue secuestrando y torturando personas en Buffalo. El film es otra nueva sesión de tortura, sadismo y sangre que, pese a que es más de lo mismo, termina ganando por cansancio. Si bien la narración de dos historias paralelas, la sobredosis de flashbacks y los estilismos de video clip ya estaban presentes en la segunda parte (por lo que hay poco lugar para la innovación), la violencia nunca es suficiente (siempre se puede ir un poco más lejos). El mérito de esta secuela es que dibuja mejor a los personajes (en especial el de Shawnee Smith) y que la suspensión temporal del relato hace que cada secuencia se convierta en una expectativa de muerte segura (como la serie japonesa Ju-on). A fin de cuentas, lo que queda son las imágenes de un hombre perforado con el cuerpo encadenado, de Dina Meyer atrapada a la caja torácica, de la testigo desnuda y congelada, del juez ahogándose en las tripas de un cerdo y de la operación de cráneo abierto al protagonista, como nuevas formas de expresión del sadismo. Bousman cierra con “dignidad” esta trilogía del terror, aunque no parezca que termine aquí.