Cuento de terror en el que el fantasma de la ópera se enamora de una cantante en Paris en 1877. El film es una mezcla en apariencia poco inspirada de reconstrucción de época, de historia de amor fou, de pinceladas humorísticas y de asesinatos gore con la que Argento se aleja del territorio que mejor domina. Las pocas variaciones que hace a la historia radican en el hecho que el fantasma no tiene el rostro deformado y en que en el prólogo es salvado y educado por las ratas a la manera del Pingüino en Batman Returns (1992). El film acusa algunos problemas de reparto: Julian Sands puede ser muchas cosas, pero no objeto de compasión o de inquietud. Asia Argento todavía debe superar la barrera del idioma. Si bien respeta la base melodramática del relato, la identificación con el monstruo y la vertiente trágica de la historia, Argento todavía se niega a encuadrarse en la corriente clásica del género. Visualmente predomina el barroquismo decadente de catacumbas, oscuridad y fealdad que le dan su sello particular. Sin embargo los siete asesinatos y las dosis de sexo y de desnudos no logran darle algo de turbiedad y Argento queda atrapado más que nunca en la artificialidad de la reconstrucción de época.
Luego de la recuperación que supuso La sindrome di Stendhal (1996) , Argento se embarca en su primera adaptación de una novela (aunque ya había tenido una aproximación previa a la obra de Gaston Leroux) y en su primera incursión en lo que podría llamarse los monstruos clásicos del cine de terror. El acercamiento que hace se desprende de todo elemento sobrenatural de la historia (que por otro lado tampoco estaban presentes en el material original). Si bien el esplendor visual de Argento sigue intacto (esta vez con una apariencia más clásica en la puesta en escena), el problema es el mismo de siempre: la débil dramaturgia que acusa su cine. De allí que las actuaciones y los diálogos por momentos se acerquen peligrosamente al ridículo. Pero el film no es tan despreciable como su primera visión puede hacer suponer. Las pinceladas de humor distanciador y el tono novelesco de la acción invitan a la simpatía. Es cierto que Argento está lejos del terreno que mejor domina, que las secuencias de los asesinatos acusan de una alarmante falta de inventiva e intensidad y que la historia de amor cae en las peores poses folletinescas. Pero aun así hay que entender el lugar que ocupa Argento en el cine contemporáneo y el tipo de cine que está habilitado hacer con casi 30 años de carrera y 15 films en un mismo género. Visualmente la película es muy superior a Opera (1987), su anterior incursión en el ambiente cerrado de un teatro. Los colores, la luz y la fotografía tienen un esplendor que aquel film carecía.