Giallo en el que una policía que sufre alucinaciones ante las obras de arte es acosada por un asesino violador en Italia. Argento regresa a las coordenadas del giallo pero desde otro punto de vista. En este caso, la protagonista es víctima, no testigo, y la unión entre el sexo y la violencia es mucho más explícita. Saludable es que recupere una fotografía más urbana y realista, la hipnótica música de Ennio Morricone y un tempo más pausado en la narrativa (todos elementos de la trilogía zoológica). Pero además trata de desarrollar un personaje turbado sexualmente, profundizar en la idea de las obras de arte como disparadoras del inconsciente e intentar hacer un retrato de la locura y la doble personalidad. El problema con semejante planteo es que la historia policial queda muy relegada, que los asesinatos no lucen como en otras ocasiones y que los cambios de conducta de la protagonista resultan algo precipitados en el montaje. Pero es un sacrificio que Argento está dispuesto a hacer en pos de la enfermiza relación de la pareja protagonista, de una visión del mundo muy oscura y de una resolución poco complaciente. De manera tal que lleva al film a otro lugar que el de sus habituales giallos. En ese sentido, las escenas de violación cargadas de un morboso, feroz y salvaje erotismo, la forma cómo la protagonista se identifica con el asesino y la última escena de la protagonista rodeada de hombres resultan horrorosas sin necesidad de sangre o asesinatos. Tal vez el mejor film de Argento en mucho tiempo, aunque los fans de su primera etapa no acuerden del todo.