Cuento de terror en el que un adolescente que estudia en un convento es perseguido por el fantasma de su madre muerta en New Jersey. Tomaselli no se preocupa demasiado por las actuaciones, por la trama o por la coherencia narrativa, pero sí por la extraña y surreal imaginería visual. El escaso presupuesto sólo permite una cámara de 16 mm y unos efectos especiales caseros, pero eso no impide un impresionante despliegue de imágenes perturbadoras. Las referencias inevitables a Suspiria (1977) de Dario Argento (los colores de la fotografía), Halloween (1978) de Carpenter (la muerte del principio y el protagonista que mira afuera de la casa) y The Evil Dead (1981) de Raimi (las ramas de los árboles que cobran vida) no entorpecen el relato. El film acierta al combinar la iconografía religiosa (monjas, crucifijos e iglesia) y la iconografía de la infancia (juguetes, payasos). Quedan en el recuerdo algunas imágenes como las del amigo que cae al mismo tiempo que desaparece el protagonista, del sueño en el que la madre le regala una jaula, de la monja muerta elevándose y de los payasos cerrando la puerta del convento. Imágenes perturbadoras por sí mismas. Si bien nació en Estados Unidos, Tomaselli es un digno heredero de la escuela italiana del terror.