Cuento de terror en el que una pareja se muda a un departamento de Los Angeles en el que hay una cama en el que un asesino estrangulaba a sus víctimas. Draven consigue el auspicio de Stuart Gordon, filma una historia más seria y adulta que sus dos anteriores films y se atreve a tratar temas como la locura y el sexo. Si bien está a la altura del compromiso, se nota que todavía le falta pulir algunos aspectos. Por un lado, sabe cómo meter al espectador en el relato ya desde el comienzo (el plano secuencia que sale del ascensor y entra al pasillo acompañando a los personajes), utiliza elementos subliminales de la puesta en escena para generar inquietud y establece cierta progresión dramática en las escenas de sexo. Pero, por otra parte, todavía no puede afianzar la amenaza (a mitad de camino entre la ghost story y el psycho thriller), utilizar los flashbacks de la aparición del fantasma y del pasado traumático de la protagonista con sentido y darle una conclusión al film que escape al cliché del susto barato. A fin de cuentas, el drama de una pareja adaptándose a un lugar nuevo y la atracción por el sadomasoquismo merecían un tratamiento más arriesgado. Destacar eso sí, el trabajo de actuación de la pareja protagonista, la ambientación del espacioso departamento y la inquietante entidad que adquiere la escalera, reminiscente de The Changeling (1980). Todos estos elementos están muy por encima del estándar habitual de las producciones de Full Moon. Draven puede tener un futuro en el género de terror, pero es hora de que abandone la compañía de Charles Band.