Slasher en el que un una joven a punto de casarse es acosada por un asesino de novias en Staten Island, New York. Ya desde el principio, con una secuencia en una sala de cine en la que el asesino interactúa con la película que se está proyectando, el film desliza cierta idea de autorreferencialidad en el slasher. Después adopta las poses y la dinámica de Halloween (1978). Es una lástima que no juegue más con la ambigüedad de que el asesino sea producto del miedo al compromiso de la protagonista, porque el clímax está muy bien resuelto y, como en el giallo italiano, el color rojo está presente en casi todos los planos. En los seis asesinatos encontramos un par de buenas ideas: la amiga que se baña, se fuma un porro, se prepara una copa de vino, se pone los auriculares para escuchar música y se acuesta en el living antes de que aparezca el asesino; y el detective que persigue al asesino durante toda la película sólo para morir rápidamente en un pasillo de la morgue.
El film tiene la originalidad de ser uno de los primeros slashers en el que el asesino muestra su rostro durante toda la película. Pero además tal vez sea el film que más cerca está en concepto y en ejecución a Halloween. No sólo por la presencia constante del asesino en el fondo de la acción y la utilización de tomas semi subjetivas, sino porque también logra meterse al mismo tiempo en la cotidianidad de la vida de sus protagonistas: la clase de baile, la visita para probarse el vestido de novia, la salida a correr por la mañana o la visita a la feria del pueblo entran en la dinámica del acoso con total naturalidad. Además de las mencionadas del prólogo y del asesinato de la chica Mastroianni resuelve con acierto otras escenas: el juego con el foco en el espejo mientras la protagonista se cambia de ropa en el vestidor, la visita al tren del terror en la feria del pueblo y el provecho que saca a los pasillos de la morgue en el clímax.