Cuento de terror en el que un grupo de amigos son perseguidos por un asesino serial en un pueblo de Alabama. Wingard trata de darle un giro surreal, absurdo y delirante al subgénero slasher. Por momentos lo consigue y se postula como un nuevo manierista del horror. Principalmente gracias a una confusa estructura narrativa que se preocupa poco por explicar o por conectar las escenas, a un gran trabajo del reparto (que combina veteranos del género y completos desconocidos), a unas explosiones gore que remiten al giallo italiano (Argento y Fulci) y al primer Brian Yuzna, a unos personajes que escapan al estereotipo fácil (son una especie de fantasmas de la América profunda), a algunos excesos irracionales (que incluyen vómitos, bailes y psicópatas) y a recursos impresionistas de la puesta en escena (el ralentí y el uso de los colores). Pero también porque no se preocupa mucho por ser original haciendo referencias al género ni por caer en el terreno de la parodia fácil. Tampoco teme rozar el ridículo con la apariencia del monstruo. Por eso mismo, el film logra cierta sensación de imprevisibilidad. De esta forma, puede disfrutar de los personajes y de situaciones con libertad y con anarquía. Wingard, al borde del ridículo y de lo sublime, puede ser un nombre a tener en cuenta en el género de terror.