Tercera parte de la saga de la banda de ladrones de Danny Ocean en la que vuelven a Las Vegas a robar un casino. El film es prácticamente un remake de la primera parte en cuanto a la estructura del guión, la puesta en escena y la camaradería de amigos, con el agregado de Al Pacino como villano y de un diseño de producción más colorido y trash. A esta altura ya nadie le pide nada a Soderbergh o a la saga más que continúe sus guiños y su falta de pretenciosidad. Igualmente las dos horas de duración, pese a que transcurren con levedad y no hay bajones de ritmo, parecen un poco excesivas para lo que tiene que contar. Porque el mal gusto de la arquitectura de Las Vegas (ruptura de la forma y la función, acumulación de objetos, colores chillones) está llevado a un extremo nada disimulado. Al menos Soderbergh tiene la astucia para contrarrestarla con las breves escenas de huelgas y piquetes en México. Tercera y posiblemente no última parte de una saga que siempre supo lo que quiso.