Cyber thriller en el que una ejecutiva de una empresa multimedia francesa busca distribución para una serie de animación japonesa erótica en medio de una trama de espionaje industrial en Tokyo y Paris. Assayas destruye toda filiación genérica facilista y toda posibilidad de encasillarlo con un producto atípico en todo sentido. Antes que nada, el film es un riguroso y desolador estudio sobre estatuto de la imagen en el siglo XXI: mientras más depurada y cotidiana se hace, menos real y significativa resulta. A fin de cuentas, el film no es más que un inteligente cuento de advertencia adaptado a las nuevas tecnologías en el que los propósitos aparentemente inofensivos de seducir, estimular y satisfacer devienen en la pérdida de contacto con la realidad y en un difuso sentido de la identidad y las acciones. Assayas termina planteando las preguntas de siempre: ¿qué hacer?, ¿qué mirar?, y más importante, ¿para qué? Al mismo tiempo que explora la escisión de mente y cuerpo como una simbiosis latente pero no explotada. Demonlover confirma que Assayas es uno de los formalistas más consumado del moderno audiovisual (Wong Kar-wai, David Fincher, Danny Boyle): los detalles visuales, la cámara al hombro, el montaje, los cambios de formato y el uso de panorámicas adquieren un ritmo casi erótico en relación con los actores. Si bien el film deambula en una segunda mitad algo confusa, logra perturbar con una última imagen tan inquietante como desoladora (en la que un espectador que se convierte en personaje y le agrega toda una nueva dimensión a lo visto). Assayas tal vez sea el cineasta de la post nouvelle vague que mejor entendió el cine como herramienta para reflexionar sobre las imágenes.