Historia de amor de un ministro protestante divorciado y la prima de un amigo que vuelve de Inglaterra en Limoges a lo largo de las tres primeras décadas del siglo XX. Tal vez las tres horas de duración que incluyen la descripción de la burguesía industrial francesa, las labores de fabricación de porcelana de calidad, los grandes sucesos históricos (la primera guerra mundial, el crack de 1929) y los apuntes religiosos, políticos y sociales hagan que la historia de amor se termine perdiendo. Al film se le hace difícil encontrar el balance entre los arreglos formales que intentan modernizar la puesta en escena y la dinámica propiamente novelesca y teatral que requiere el material. Pero es en la primera mitad de la película, con la cámara en constante movimiento, los planos cortos y cerrados, la gran utilización del sonido ambiente y el provecho que saca del off visual en la que Assayas muestra sus aptitudes y lo que el film podría haber sido. Después, la decadencia física y moral de los personajes, las dramáticas circunstancias que los rodean y el devenir propio de la historia hacen que las conclusiones sean tan obvias como innecesarias. Es como si el propio protagonista no pueda recordarse a sí mismo en la juventud. Es una idea atractiva que trata de asociar al cine con la vida y el efecto sin duda es buscado, pero muy difícil de conseguir con este plateo. Aún así, momentos como el del baile de presentación del personaje de Emmanuelle Béart o el del protagonista viendo a su hija tomar los votos, bien valen la experiencia. Assayas acomete una empresa difícil. Los resultados son dispares pero no despreciables.