Drama en el que dos policías quedan atrapados en los escombros del Word Trade Center de New York el 11 de septiembre de 2001. Basado en una historia real. Una palabra se cuela por todo el film: vergüenza. De lo que estamos viendo, de lo que quiere transmitir y de los antecedentes de Oliver Stone. Hasta cierto punto se puede aceptar que los norteamericanos quieran lavar la conciencia de aquel día, que la cuestión política se vea superada por la tragedia y que la película no asuma ningún compromiso (pese a que esa es la postura más peligrosa). Lo que no se puede aceptar es el desgano de la dirección de Stone, un realizador irregular, a veces apasionado y apasionante, pero en el que el realismo era una cuestión central y la búsqueda de la verdad, una constante. Aquí los personajes carentes de matices, la fotografía limpia y vistosa, el montaje sin ritmo ni tensión, las actuaciones insultantes (Maria Bello) y las situaciones sensibleras, cuando no directamente manipuladoras, redondean lo más parecido a un telefilm ordinario (con la diferencia de que fue filmado con un presupuesto de una superproducción). Es que cuando no hay historia, sólo queda rezarle a Dios o al ejército. Stone se revela como el más conservador de los conservadores. Tal vez ni siquiera valga la pena enojarse, porque a fin de cuentas los atentados a las torres gemelas no cambiaron el curso de la historia (sólo intensificaron tendencias ya presentes) y ahora sólo son una cadena más del consumismo americano.