Biopic del rey de Macedonia Alejandro Magno en el que trata de extender sus conquistas en Asia en el siglo IV antes de Cristo. Stone vuelve a la ficción luego de cinco años con un proyecto anhelado (pero riesgoso) y cargado de supuesta polémica (como siempre). Pero, a decir verdad, es su film más contenido y clásico en mucho tiempo. Están ausentes sus habituales excesos y desbordes narrativos y visuales. Son muchos los ingredientes que pone en juego: el retrato psicológico del protagonista (y su frustrante relación con su círculo más cercano), la reconstrucción histórica (apropiado ese narrador ubicado 40 años después de los eventos de la película) o las interpretaciones políticas con el presente. Todo el arropado por una superproducción de 150 millones de dólares para la Warner. Hay muchas decisiones discutibles (la elección del reparto y del compositor de la banda sonora, escenificar sólo dos batallas, la poco sutil sugerencia de la homosexualidad del protagonista) que pueden desviar la atención del núcleo del film. Pero en el fondo el film es un relato de angustia, frustración, paranoia y decepción que da una visión del mundo inacaparable e ingobernable y que hace de la utopía de unificación y de progreso un sueño siempre inconcluso de la humanidad. Stone sigue sin agradar a nadie, pero al menos, cuando no se lo come su propio discurso, da muestras de inteligencia.