Drama en el que un pescador levanta con la red a una chica que dice ser un criatura mitológica en las costas de Cork, Irlanda. Cada tanto Jordan vuelve a Irlanda para tratar de recuperar la poca dignidad que le queda y pierde en sus incursiones en Hollywood. Pero estos movimientos pendulares ya no convencen a nadie. Si bien la impresionante fotografía de Christopher Doyle, el realismo mágico llevado con sutileza y el personaje y la actuación de Colin Farrell tienen su atractivo. Los problemas no tardan en aparecer en un guión con la agenda cargada (alcoholismo, hija enferma), en la historia de amor carente de carnalidad, en la resolución decepcionante de la trama de narcotraficantes, en la innecesaria aparición de Stephen Rea o en el recurso facilista del personaje de la niña. Todos recursos que tratan de compensar las limitaciones de la propuesta. Todo se vuelve demasiado explícito, la necesidad de creer en un mundo carente de fe, el giro racional de la resolución hacia el tema de la inmigración, porque la amenaza siempre es externa. Neil Jordan ha iniciado una curva descendente en su obra de la que ya no puede salir ni con las mejores intenciones.