Policial en el que un veterano apostador drogadicto planea el robo de un casino de Montecarlo. Remake le Bob le flambeur (1956). Neil Jordan abandona la gravedad y la severidad de sus últimos trabajos y se dedica a disfrutar de la historia y de los personajes. El resultado es entretenido. La película es un ejercicio de estilo a partir de la virtuosa fotografía de Chris Menges en el mismo tono que Dirty Pretty Things (2002) que incluye imágenes fragmentadas y planos congelados antes de cortar. Lo que no está mal. Los policiales de Jean-Pierre Melville también era ejercicios de estilo (aunque en otras coordenadas) que al mismo tiempo planteaban cuestiones existenciales. Aquí, los personajes están bien perfilados, Nick Nolte es una leyenda en decadencia que teme presentarse inyectándose heroína en un baño, Nutsa Kukhianidze es una prostituta bosnia con ganas de experimentar y Tchéky Karyo es el detective que muestra un profundo respeto y admiración por el ladrón. El resto de los secundarios, Emir Kusturica como experto de seguridad rockero, un travesti fisicoculturista y unos hermanos gemelos idénticos, sólo están allá para tirar sus chistes. Si Ocean’s Eleven (2001) optaba por los personajes lindos y limpios, por una estructura más rígida y por la búsqueda del raccord, Jordan desecha todas esas posibilidades. Aunque también queda la sensación que Jordan hizo un film abiertamente lúdico que sólo la ambientación europea lo hace más disfrutable. Párrafo aparte merece Nick Nolte, el único dinosaurio capaz de salir ganando en un mundo que ya no es el suyo precisamente porque no es de nadie. La banda sonora incluye a Leonard Cohen, Johnny Hallyday, Serge Gainsbourg, The Chemical Brothers y ritmos africanos.