Drama en la que un niño mata a un vecino y es llevado a una clínica psiquiátrica en Dublin en la década de 1960. Neil Jordan tiene la inteligencia para sobrevolar temas como la violencia familiar, el alcoholismo y la pobreza y centrarse en otros más atractivos como la locura infantil sin perder el punto de vista del protagonista y utilizar un sentido del humor distanciador como vía de escape. La película nunca cae entonces en la manipulación o los golpes bajos. A retener, la desdramatización de la muerte de los padres. Igualmente hay momentos perturbadores (como cuando el protagonista engaña a un amigo para golpearlo, la negación de la muerte del padre, el asesinato de la señora) que tienen cierto sentido del absurdo propio de Polanski. Agrega una alucinaciones con unos alienígenas que parecen sacados de la ciencia ficción de la década de 1950, con la bomba atómica y con las charlas con el santo venido del cielo que ayudan a darle un tono más ligero. Pero igualmente se resiste a todo atisbo de complacencia en la historia de amor y el despertar sexual del protagonista. Jordan realiza uno de sus films más valientes e inteligentes para afrontar temas delicados como la niñez y la violencia.