Drama en el que una profesora de filosofía enfrenta la separación de su esposo mientras reaviva un vínculo con un ex estudiante en Paris. Hansen-Løve abandona temporalmente la juventud (eje de todos sus films anteriores) y se centra en una profesora de filosofía casada, con dos hijos adultos y una madre con problemas de salud. Pero el acercamiento al material y el estilo es el mismo. Una puesta en escena carente de ornamentos y un realismo que surge del seguimiento obsesivo de la protagonista y del respeto de su punto de vista. Así, las pequeñas variaciones que introduce son tan elocuentes como sencillas (el fundido en negro que se junta con las persianas que se abren, las breves escenas con otros personajes en las que la protagonista se va, la inclusión de canciones de Woody Guthrie o Donovan). La fotografía de Dennis Lenoir debe ser una de las más bellas del cine francés contemporáneo. Isabelle Huppert compone uno de sus personajes más humanos de su carrera. Su ir y venir por el cuadro da la sensación de que los sucesos que le ocurren no le pertenecen. Las citas a filósofos y escritores no suenan forzadas. Hay pequeñas pinceladas de humor a lo largo del film que resultan oportunas. Y, por supuesto, la cuestión del tiempo, inherente a toda la obra de Hansen-Løve. Cuando la protagonista visita a su ex alumno que vive en una especie de comunidad en el campo puede parecer que viaja al pasado y cuando vuelve a su casa (cada vez más vacía) en la ciudad que vuelve al futuro, pero en realidad es al revés.