Historia de amor de una estudiante de arquitectura y un chico que la abandona para viajar a Sudamérica a lo largo de ocho años en Paris. Hansen-Løve entra de lleno en cierta tradición romántica del cine francés (que va de Truffaut a Assayas) confirmando las expectativas de sus dos primeros films. A partir de una reflexión sobre el tiempo y la memoria, de una mirada frontal al drama (Ingmar Bergman), de pequeños detalles de la puesta en escena, de la adscripción total a la escuela francesa del agua y la abstracción lírica y de una imperceptible capa de autorreferencialidad que agrega a las imágenes, realiza tal vez el más bello film de amor de lo que va de la década de 2010. En el recuerdo queda la poesía del montaje que cierra y abre el iris del lente, la sutileza del reencuentro cuando él se aparece silenciosamente en bicicleta al costado de ella y el plano detalle del sombrero en la inmensidad del río. Hansen-Løve se confirma como la más lúcida directora de su generación.