Cuento de terror en el que un virus se propaga por Internet y genera una ola de suicidios masivos en Tokyo. Pocas veces un film puede transmitir tanto miedo (cada movimiento de cámara o sombra que se mueve genera escalofrío) y a la vez tanta angustia por el devastador retrato que hace de la soledad que promueven las nuevas tecnologías. Kurosawa demuestra que no hay que temer a argumentos delirantes y que no hay que esquivar los clichés del género de terror. El secreto está en el simple juego del plano y el contraplano, del encuadre y las luces. Con una frialdad epidérmica desnuda el vacío existencial de las sociedades contemporáneas en la que los personajes vagan como fantasmas solitarios y los seres humanos son sólo manchas en las arquitecturas. El film tiene un cóctel terrorífico irresistible: imágenes misteriosas en la pantalla, fantasmas que se mueven rápido, voces y llamados telefónicos. Aunque en el final hay un dejo de esperanza como en 28 Days Later (2002) o Le temps du loup (2003).