Melodrama en el que una viuda cree que un niño de 10 años es la reencarnación de su esposo en New York. El film es una propuesta atípica. Parte de una premisa de thriller sobrenatural, su director no recurre a los trucos visuales del videoclip (pese a que ese es el terreno del que proviene) y la trama nada tiene que ver con las historias de amor de corte sobrenatural de Hollywood como Ghost (1990) y Meet Joe Black (1998). Obviamente semejante propuesta se saldó con un fracaso en la taquilla. Pero antes que nada, la película evita el problema del verosímil, la provocación gratuita del incesto y la necesidad de dar explicaciones gracias al trabajo de puesta en escena, unas inquietantes interpretaciones y una sugerente banda sonora. De esta forma, encuentra en el primer plano de Nicole Kidman en el teatro, en la escena en la bañera desnudos, en la planificación durante la confesión que hace el niño y en la imagen final de la protagonistas en una playa nublada una tensión afectiva que escapa a las palabras o las explicaciones. Tal vez la ambigüedad de la propuesta, que no es llevada hasta el final, y la racionalidad de la resolución, que coarta la fuerza de la primera parte, impidan un resultado ideal, pero Glazer sorprende a propios y extraños. Si bien el fracaso comercial del film no augura esperanzas sobre su carrera en Hollywood.