Cuento de terror en el que dos hermanos se enfrentan a un demonio nazi en una granja de West Virginia. Si hay una faceta al menos curiosa en la obra de Joel Schumacher esa es la de sus películas de terror. Luego de The Lost Boys (1987) y Flatliners (1990), esta es su tercera incursión en el género y tal vez sea la mejor. Luego de un misterioso prólogo en blanco ambientado en 1936 en el que una familia de inmigrantes alemanes reciben un visitante del Tercer Reich a cambio de un compensación económica, el film da un salto al presente y el vértigo de la acción no se detiene hasta al final. Schumacher logra dotar de intensidad a las escenas por lo poco que explica y por el uso de una fotografía tan colorida como absorbente. Es cierto que los personajes carecen de matices y que el músculo televisivo domina las actuaciones, pero las virtudes son más de lo que se puede decir de un film de terror al uso de estos tiempos.