Secuela de Henry Fool (1997) que retoma los mismos personajes y los mete en un irreverente thriller de espionaje y sátira al terrorismo en New York y Paris. Hartley continúa expandiendo su universo, jugando con los géneros, calibrando la cinefilia y agregando compromiso político. Pero su público se vuelve cada vez más reducido. Retoma a los personajes de uno de sus films más ambiciosos que en este caso están mucho mejor definidos y resultan más simpáticos y les da un carácter casi de leyenda (como Kusturica en Underground (1995) o Kieslowski en la trilogía de los colores). Se anima a unir los universos de Hitchcock, un thriller con la elegancia y el encanto de antaño, y de Godard, con el ritmo vertiginoso del montaje en la primera mitad y el delirante uso de los intertítulos. Pero detrás de todo el juego metadiscursivo, de imágenes que dialogan con otras imágenes y de visiones del mundo, existe autenticidad y deseo (la esencia de su cine). Se atreve a escenificar una ficción con terroristas armados y con agencias de inteligencias en la que no queda nadie bien parado. Hay que destacar las angulaciones torcidas de la planificación que dan una sensación de rareza en todo momento y la utilización de la elipsis para montar situaciones en dos lugares diferentes. Hartley nuevamente logra sacar la emoción desde el más puro artificio. A la espera estamos de un tercer capítulo.