Drama en el que una joven estrella de rock pasa sus últimos días en una casa en un bosque del estado de Washington. Inspirado en la muerte de Kurt Cobain. Van Sant completa su trilogía de la muerte después de Gerry (2002) y Elephant (2003) con una propuesta aún más extrema y radical. A los ya recurrentes largos travellings en silencio, los planos fijos en los que nada pasa y la ausencia de diálogos y de argumento, le suma en este caso el hecho de que el protagonista está recluido en su mundo y se muestra incapaz de comunicarse. Todo ello contribuye a una constante sensación de inminencia de la muerte que transforman al film en una especie de cuento de fantasmas o en un horroroso poema gótico. En el camino Van Sant encuentra impresionantes hallazgos visuales que eluden la pretensión declamativa (la cámara que se detiene en la pantalla negra del televisor, el plano desde la habitación con los personajes que se ven en el fondo a través de la ventana, los travellings hacia atrás mientras el protagonista ensaya) y una pizca de sentido del humor en las extravagantes visitas del empleado de la guía telefónica, los mellizos predicadores de la iglesia y la charla de Ricky Jay con un mago chino. A fin de cuentas lo que muestra el film por más aislamiento, nihilismo y descreimiento es la imposibilidad de la muerte de la historia y de la comunicación. Más que un retrato de los últimos días de una estrella de rock el film transmite una sensación de época. Van Sant vuelve a ubicarse entre los directores contemporáneos más estimulantes. Esperemos que se quede allí.