Melodrama en el que una escritora de novelas de éxito se casa con un pintor frustrado en Inglaterra en la década de 1910. Ozon cambia de aires al adaptar un material ajeno, rodar en inglés y hacer una reconstrucción de época, pero la operación no es ningún salto al vacío. Termina redondeando tal vez su film más emotivo. Aprovecha su filiación con Fassbinder y con el melodrama para llegar a Douglas Sirk, potenciando el artificio, pero manteniendo intactos los sentimientos. Así, el colorido vestuario, los decorados desbordantes, las imágenes pegadas del fondo y las actuaciones teatrales están en perfecta sincronía con el mundo de fantasía de la protagonista, con las historias de amor condenadas y con la capacidad de evadir la realidad. Si bien Ozon es reconocido por ponerse en el lugar de las mujeres, y este film no es la excepción, también adopta el punto de vista del esposo que tiene un papel mucho más doloroso. Todos los personajes quedan fascinados por el carisma de la protagonista: Michael Fassbender como un pintor que siente odio y amor, Lucy Russel como la hermana frustrada sexualmente, Sam Neill como el editor que publica sus libros y Charlotte Rampling que odia los libros pero admira a la persona. En ese sentido el magnetismo de la relativamente desconocida Romola Garai en el papel protagónico resulta irresistible. A fin de cuentas, el film elabora una reflexión sobre el arte (como medio de vida y objeto de consumo) y el amor (siempre esquivo y efímero) a partir de la noción de tiempo. Ozon sigue expandiendo sus horizontes y referentes en una de las obras más sólidas del cine europeo de la década de 2000.