Drama criminal en el que una pareja de estafadores es utilizada por un agente del FBI para incriminar al alcalde de un pueblo de New Jersey en una operación con un jeque árabe en New York en 1978. David O. Russell no quiere perder el envión y rápidamente saca otra película con los actores que participaron en sus dos anteriores. Si bien se desprende de las pretensiones de seriedad, el envoltorio es el mismo y la Academia otra vez respondió con un racimo de nominaciones al Oscar. La película no puede arrancar más abajo: una sucesión indescriptible de pelucas (que tratan de imitar los peinados de la década de 1970), actuaciones del estilo “mírenme”, voces en off múltiples que nos explican lo que estamos viendo, atropello visual y narrativo que no puede extraer nada de ninguna escena. La “Scorsesitis” sigue siendo la patología más grave de cierto cine contemporáneo (no sólo americano) que trata de conjugar espectáculo y realismo. En cierto momento del film David O. Russell incluye entre dos escenas un plano de transición de una calle que no dura más de un segundo. Uno se pregunta si en la sala de edición ya los directores no tienen ni voz ni voto sobre la duración de los planos o si realmente cree que dándole a todas las imágenes el mismo ritmo vertiginoso evita el riesgo de “aburrir” al espectador. Lo cierto es que ese plano queda como testimonio de la incapacidad de las imágenes contemporáneas para capturar la realidad en este tipo de cine. La película por suerte trata de explorar las potencias de lo falso, las neurosis de sus personajes y los interludios de las relaciones sentimentales, de forma bastante básica eso sí, pero al menos deja la trama del engaño en un cómodo segundo plano y puede ser disfrutada como lo que es, un simple artificio sin pretensiones.