Psycho thriller en el que dos policías investigan los crímenes de un asesino serial que mata según los pecados capitales en New York. Fincher logra traducir ciertos recursos del video clip y de la publicidad a un perturbador estilo visual. La elaborada secuencia de créditos, oscuridad en que transcurre la historia, la suciedad de la ciudad, la lluvia constante y la crean una atmósfera espesa y enfermiza. La resignación ante la sociedad actual y el pesimismo existencial extremo se reflejan en todos los personajes, diálogos y situaciones. Destacar que más allá de los rebuscados asesinatos y la fotografía manierista el film no pierde el interés en cierto realismo. Las situaciones para nada artificiales y el hecho de que no abunda la acción y los efectismos así lo demuestran. Las siete muertes recorren los pecados capitales: la gula (una autopsia realmente desagradable), la avaricia (el menos mostrado), la pereza (un semi cadáver blanco y amarillo), la lujuria (insinúa algo macabro aunque no se sabe), el orgullo (el más sangriento pese a las vendas), la envidia (la cabeza por la que va ser recordado el film) y la ira (el único que vemos y el más emotivo). Pocas veces unos asesinatos sin ser mostrados pueden ser tan impactantes. El asesino encapuchado no muestra el rostro hasta que él solo se entrega y se comporta como una especie de master mind (sigue los pasos de Hannibal Lecter). La resolución absolutamente a contracorriente del cine de Hollywood muestra la incapacidad del hombre ante los instintos más violentos y vengativos. La perfecta combinación de los mecanismos del thriller y de ciertas pretensiones autorales da como resultado uno de los pocos films de género americanos de la década de 1990 realmente valiosos.