Drama en el que un abogado va a un pueblo devastado por la tragedia de un accidente de un colectivo (que cobró la vida de unos veinte niños) para convencer a los familiares de las víctimas de hacer juicio en Canadá. El film resulta fascinante por su estructura narrativa, la sutileza con que Egoyan trata el tema y las actuaciones de todo el reparto. La película deja atrás todo intento de manipulación o de oportunismo. La narración descentralizada, con el abogado yendo al pueblo en 1995, los sucesos previos a la tragedia y el viaje del abogado en avión dos años después, escapa a la noción habitual de flashback. Crea un lazo entre los lugares, los tiempos y los personajes más por sensaciones y emociones que por necesidades argumentales. Desde su apariencia de modestia y simpleza el film crea un mosaico mucho más complejo y lleno de matices que los ejercicios de múltiples relatos típicos de la década de 1990 como Pulp Fiction (1994) y Magnolia (1999). En apenas dos imágenes o momentos Egoyan resume el tema y la idea de todo el film: la visualización impresionante del colectivo que se pierde en el horizonte (como la capacidad de entender) y la hija del protagonista acostada en una cama con una navaja en la frente (inocencia perdida). La película no elude críticas a la institución familiar como último refugio de una batalla perdida y a las sociedades capitalistas capaces de buscar beneficio en cualquier situación. El film es un perturbador y demoledor retrato del dolor y la pérdida, necesaria para sobrellevar la falta de ilusiones.